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Decía Alexandra Kollontai (1872-1952) que “el saber de las antepasadas de nuestras madres les era ajeno a sus compañeros que salían a menudo de caza o a la guerra o se consagraban a otras actividades que exigen fuerzas musculares particulares. No tenían tiempo para dedicarse a la reflexión o a la observación atenta”. Probablemente fuera por eso por lo que las mujeres fueron las primeras científicas de la humanidad al dedicarse a la observación y el razonamiento.
Hoy día vivimos con la imperiosa necesidad de proteger este planeta en que vivimos y asegurar un futuro cada vez más oscuro en cuanto a pobreza y crisis medioambiental se refiere. En este punto estamos implicadas todas y cada una de las personas que lo habitamos, sin excepción alguna. Sí, también la mujer, niña o adulta. Porque para alcanzar este objetivo, la igualdad de género y la Ciencia van de la mano y son vitales para este fin.
Son ya seis años desde que la Asamblea General de las Naciones Unidas decidiera proclamar el 11 de febrero como el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia. Seis años en los que se reivindica a ambas como agentes esenciales de cambio y, para ello, es primordial reconocer su papel como tales. Pero nos encontramos con un sentimiento de inferioridad e incompetencia que atañe a la mujer como científica. Para colmar este sentir, se le atribuye de forma consciente o inconsciente una responsabilidad de la situación a la propia mujer con afirmaciones contundentes del tipo “si no hay más mujeres en cargos de importancia es porque no quieren”. Sin embargo es la sociedad, la educación, los medios de comunicación, quienes dejan de favorecer la promoción de las mujeres. Desde que nacemos, dependiendo del género que se nos atribuya, se nos condiciona para cumplir con un rol específico. Y el rol de la mujer suele ser el de cuidadora, de ahí que, en muchos casos, la mujer lo tenga más difícil a la hora de acceder a puestos de responsabilidad o, simplemente, estudiar carreras que exigen más dedicación que otras.
Los medios, en este sentido, son de suma importancia a la hora de moldear la opinión popular. En tiempos de COVID aparecen en ellos más científicos y especialistas masculinos que femeninos. Esa falta de visibilización de la mujer como experta científica conlleva una serie de consecuencias tales como la obtención de un reconocimiento limitado o, simplemente, la de dejar de ser un referente tan necesario para las niñas.
Nuestra sociedad, a través de la cultura y los medios de comunicación, está manipulada por los grupos de poder que, subrepticiamente, nos inducen a aceptar sus principios como válidos y entre ellos sigue el concepto de mujer como cuidadora.
Hipatia de Alejandría, Augusta Ada Byron (Condesa de Lovelace), Marie Curie, Rosalind Franklin o Jane Goodall, podrían considerarse afortunadas porque sus nombres resuenan ya en el bagaje cultural de muchas personas gracias a las reivindicaciones feministas. Pero hay que continuar porque, como afirmaba Virginia Woolf, “Durante la mayor parte de la historia, anónimo era una mujer”. Hay que continuar para que Margarita Salas, María Blasco, Montserrat Calleja, Rosa Menéndez, Alicia Calderón, Gabriela Morreata o Elena García Armada, y otras tantas y tantas mujeres dedicadas a la Ciencia, en este país o en cualquier otro, no sigan a la sombra. Hay que continuar para que las niñas vean en ellas un ejemplo a seguir, su referente, su inspiración.
Continuemos, pues, porque la Ciencia es para todos…y TODAS.
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